La intervención del candidato republicano en las elecciones presidenciales estadounidenses declarándose vencedor, hace unas horas, cuando todavía faltaban millones de votos por contar y acusando a su rival demócrata – o al sistema - de fraude por el conteo legal de papeletas recibidas por voto por correo en la fecha establecida, es una buena ocasión para hablar de mentiras en política sin tener que abochornarnos con casos propios, más cercanos.
“Íbamos ganando y de repente… se cae todo”, ha dicho el presidente norteamericano en un totum revolutum, como si fuera la primera vez que sigue una jornada electoral.
Silvia Hinojosa decía en La Vanguardia que “la desafección hacia la clase política se ha forjado en parte en la creencia de que todos ellos mienten y además con impunidad”. Y aunque el porcentaje de políticos mentirosos no sea muy distinto al del resto de la ciudadanía, los efectos de las mentiras de los primeros son mucho más sonoros, porque los amplifican los medios de comunicación, y tienen mayores efectos porque se refieren a asuntos públicos.
Y no incluimos aquí los errores, ese modo de hablar que no es ni blanco ni negro, ni todo lo contrario, ni promesas que no llegan a cumplirse del todo – no acabaríamos nunca -, sino a las que son intencionadas y explícitas.
Manuela Carmena afirma que la mentira política es "inaceptable" y se pregunta. "¿Qué pasaría si los médicos decidieran hacer diagnósticos falsos? Sería una catástrofe. Entonces, ¿por qué hemos aceptado la mentira de los políticos?". La exalcaldesa de Madrid comentaba que “hay un reglamento que regula las obligaciones que tienen los diputados, pero no hay nada respecto a decir la verdad”.
Estamos observando como la exageración, los insultos, las imprecisiones y vaguedades, las frases confusas, han florecido en los gabinetes, las mesas, portátiles, tabletas y smartphones de los asesores de estrategia y de comunicación con menos escrúpulos, junto con un buen surtido de mentiras. Ciertos grupos de presión las sirven en bandeja periódicamente y algunos políticos se las compran cada mañana.
La declaración de Trump en Twitter "Nosotros somos grandes, pero ellos están intentando robar las elecciones. Nunca les dejaremos hacerlo. Los votos no se pueden emitir cuando las urnas ya están cerradas", que ha hecho intervenir a la compañía apostillando que “Alguna parte o todo el contenido compartido en este Tweet ha sido objetado y puede ser engañoso respecto de cómo participar en una elección u otro proceso cívico”, nos lleva a las siguientes preguntas: ¿hemos de esperar a que el político se exprese en la red norteamericana para que ésta deje al descubierto, en su caso, una mentira? Y, siguiendo a la iniciativa privada, como la que en España desarrolla “Maldita hemeroteca”, ¿es posible impulsar un sistema público e imparcial de seguimiento y arbitrio para analizar las declaraciones políticas y señalar las que falten a la verdad, y así frenar el uso de la mentira en la esfera política e incrementar la confianza ciudadana en esta?
Es conveniente no olvidar que, según los informes del CIS, la ciudadanía viene señalando como uno de los principales problemas del país a “los políticos en general, los partidos políticos y la política”.
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