En estos días estoy preparando una pequeña intervención para NOVAGOB porque el ITCIP me encarga que hable unos minutos de estrategia y planificación, entre otras cosas, y, buscando nuevas referencias, me he topado con una, muy antigua pero muy sabrosa: la actividad, no muy conocida, como planificador de ciudades, como urbanista soñador de la ciudad ideal, del gran Leonardo da Vinci.
Leonardo imaginó y dibujó una urbe que se centraba en resolver los problemas y necesidades que entonces existían en las ciudades medievales, de estrechas y sucias calles, en las que la ciudadanía compartía espacio con animales y deshechos, y se generaban importantes problemas de higiene, de movilidad, etc. Las soluciones del inmortal pintor e inventor italiano, desde la racionalidad renacentista, vinieron de dar importancia a los espacios públicos, con calles y plazas amplias, de la distinción de ámbitos para el tráfico rodado y para los peatones, de una arquitectura vinculada a la funcionalidad, teniendo en cuenta la ventilación, la iluminación, la evacuación de aguas, etc. Un sueño materializado, gráficamente, con una precisión milimétrica.
Pero aquellas aportaciones sólo se generalizaron cientos de años después, porque las adelantadas ideas en las que el genio de la Toscana trabajó a finales del siglo XV, durante mucho tiempo no encontraron ni el contexto ni los patrocinadores adecuados.
Recuerdo que, paseando por Amboise, en la rivera del Loira, donde Leonardo pasó los últimos años de su vida, concretamente en la mansión castillo de Clos-Lucé, tras admirar sus dibujos y sus maquetas en el pequeño museo, me fué inevitable pensar qué hubiera sido de la humanidad si se hubieran podido construir y extender su uso, en aquella época, algunos de aquellos inventos revolucionarios.
La planificación tiene que ver con los sueños, con cómo nos gustaría que fueran nuestros entornos y nuestras ciudades, y en nuestro caso, con cómo nos gustaría que fueran nuestras Administraciones, con la capacidad de identificar objetivos y retos movilizadores, y de disponer de herramientas y de talento para generar ese valor público que nos orienta y nos legitima.
Los Leonardo en el terreno de los servicios públicos de nuestros días – tantos profesores, investigadores, innovadores, activistas del cambio…- nos vienen mostrando sus sueños desde hace décadas y advirtiéndonos de que las mejoras paulatinas que se han venido dando – con interrupciones e incluso retrocesos a veces – no nos han acercado al modelo ideal en la medida de las necesidades y las expectativas de la ciudadanía.
Y que el salto que se ha de producir en la concepción de las estructuras administrativas y en la cultura de nuestras organizaciones públicas es similar a la planificación y al diseño de una nueva ciudad extramuros, de nuevo cuño, abierta y ventilada, bien iluminada... Porque las esperanzas y las expectativas, no caben hoy en los límites que conocemos demasiado bien. Ese salto tiene que ver con una transformación disruptiva y, al tiempo, con la asunción de que tenemos una reconstrucción por delante, esto es, con resolver necesidades de la ciudadanía.
Ahora, el contexto, exige dejar de poner excusas rancias pegadas a convenciones absurdas y marcos conceptuales de principios del siglo pasado. Esta transformación, enfocada a resolver problemas de peso y urgentes, bien identificados, debe ser, ya, inevitable.
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