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Malas noticias, catastrofismo mediático y crispación.

 ¿Estamos irremediablemente abocados, en una época de malas noticias, a soportar el catastrofismo mediático y a convivir con la crispación política?

En un artículo que publica el diario EL PAIS[1] Álex Martínez Roig se pregunta si la realidad es “tan apocalíptica como, en ocasiones, se nos traslada desde medios y redes” y si “deberían recibir algo más de luz algunos elementos que invitan a la esperanza” y se contesta con argumentos sólidos y con datos, como los relativos a la prevalencia de la carga emocional en los titulares, o el éxito de una empresa que vende búnkeres “de bajo coste en barrios humildes”.

Nos propone reflexionar sobre la contradicción que señalan algunos datos del CIS cuando los encuestados “consideran la situación económica española mala (43%) o muy mala (26,6%)” y cuando la pregunta se refiere a su situación económica personal sólo un 19,7% la califica como mala”, y un 19,9% la define como buena para el conjunto frente a un 59,1% que la califica como buena para él o ella misma. “Es decir, al país le debe de ir fatal, pensamos, pero a mí me va bastante bien, dicen los encuestados”.

Desde luego que, el volcán de La Palma - en nuestro país -, la pandemia de la COVID19 y la guerra por la invasión de Ucrania por Putin – globalmente - no nos están poniendo las cosas fáciles a los optimistas, pero hay que ser muy cenizo para no reconocer que las respuestas a esas enormes tragedias están siendo respondidas en términos de solidaridad con los más afectados, en cada situación, impulsadas por los gobiernos y la ciudadanía. Y eso son buenas noticias. Han sido enormes las pérdidas en vidas humanas y las materiales, pero se han evitado daños enormemente superiores.

Martínez Roig cita al periodista Simon Kuper, una de las firmas más prestigiosas del Financial Times, que después de un año de vivir entre nosotros después de haber vivido en Holanda, el Reino Unido y Francia, afirma que “España es el país más habitable del mundo”.

Y comenta las posiciones de “Steven Pinker (En defensa de la Ilustración), Matt Ridley (El optimista racional) o Johan Norberg (Progreso), que nos animan a que nos fijemos más en los enormes avances en las áreas que realmente definen el progreso de la humanidad: “la vida, la salud, la libertad, la felicidad, el conocimiento van en aumento, y no sólo en Occidente”.

Es muy interesante su cita sobre el estudio “Análisis de sentimientos y emociones en los titulares de los medios de noticias de EE UU —Rozado, Hughes, Halberstadt—“, referido a los últimos 20 años en el que se concluye que “ese lenguaje negativo siempre había estado presente en los medios de derechas, pero que en los últimos años se ha disparado también en los considerados de izquierdas. Están en máximos tanto en unos como en otros”

Al parecer, se ha comprobado que el catastrofismo de redes y mediático produce cierta dependencia que favorece el consumo de información (?) y por ello sus cuentas de resultados, y así está girando la rueda cada vez a más velocidad.

Aunque sería inadecuado poner toda la parte de la carga ahí. Estamos viendo como algunos políticos, emulando el mejor estilo trumpista, no dejan de utilizar términos muy gruesos para calificar / descalificar / insultar al adversario, tanto individualmente - uno a uno, este o aquel - o a un conjunto – un sindicato, un partido - incluso desde tribunas institucionales - ¿no es eso uso indebido de medios públicos? - o en sedes parlamentarias.

O como otros se regocijan cuando un grupo de ciudadanos insultan gravemente al presidente del gobierno de España el 12 de octubre. En todos los casos las redes y los medios se han limitado, mayoritariamente, a amplificar los hechos.

Si unimos todo y añadimos que las fake news impregnan muchos de esos soportes, el panorama es desolador.

Las soluciones individuales son una salida.

Me ha confortado mucho leer en el artículo de Martínez Roig que el neurocientífico Mariano Sigman, autor del libro “El poder de las palabras”, “atrapado por la nube negra de la información negativa continua al comienzo del confinamiento por la covid” confiese: “Llegué a un acuerdo conmigo mismo, lo que se denomina pacto de Ulises: a partir de las 18.00 no leía ni veía ni escuchaba ninguna noticia relacionada con la pandemia. Era la única manera de defenderme de la ansiedad”. Y me ha confortado la declaración de Sigman porque yo también me impuse un tratamiento similar de desinfoxicación, en aquellos meses, en medio de la gran tormenta de la contragobernanza orquestada por algunos medios y ciertos gobiernos autonómicos contra las medidas preventivas tomadas por el gobierno de España.

Pero la salida ha de ser colectiva y profesional.

“El reto que aparece en el horizonte para los medios que quieren ser referentes – dice Martínez Roig - es cómo volver a reconectar con la gente, “cómo informar de una manera sana”, como define Sigman. Cómo equilibrar las noticias negativas, que seguirán existiendo, o, al menos, cómo dimensionarlas. Cómo tratar temas como el cambio climático o la desigualdad económica, los problemas de la vivienda o de la cesta de la compra, de los conflictos internacionales, de una forma rigurosa, pero sin la amenaza continua sobre nuestras vidas cotidianas.”

Los medios que están apostando por el incremento de las suscripciones para ser más libres, están señalando un camino. Los que crean consejos de usuari@s o de lector@s, también. Y quienes se esfuerzan en subrayar las historias positivas, desde luego.

En cualquier caso, la transparencia en la composición de los Consejos de Administración de los medios y las redes, y en su financiación mediante publicidad y otros, será la definitiva.

@nandomonar



[1] https://elpais.com/ideas/2022-10-30/contra-el-catastrofismo-sobrevivir-en-un-mundo-cargado-de-malas-noticias.html

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