Si la gobernanza es “un complejo de mecanismos, procesos, relaciones e instituciones por medio de los cuales los ciudadanos y los grupos articulan sus intereses, ejercen sus derechos y obligaciones y median sus diferencias” como he citado en alguna ocasión tomando un texto del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, la contra/gobernanza sería, desde mi punto de vista, “un sofisticado sistema por el cual algunos grupos de interés, frecuentemente partidarios, pasando de ciudadanos e instituciones, se dedican a generar diferencias y a confrontar, buscando intereses de parte, utilizando recursos públicos”.
Por no señalar, por ejemplo, si hay una cumbre
de responsables territoriales, la contra/gobernanza consistiría en que algún
grupo de ellos se reunieran antes del encuentro con las únicas finalidades de
coordinar sus intervenciones confrontativas - hayan dicho lo que fuese los
propios de cada uno en cada territorio -, acordar la intensidad de los ataques
internos – a sea lo que sea que se vaya a presentar o debatir – y establecer
las portavocías posteriores para denunciar injerencias, desprecios o
discriminaciones – independientemente del contenido de la reunión -, todo por
mantener un tono deconstructivo basado en supuestas diferencias, orientado
a otra posterior – mucho mejor, claro está - reconstrucción.
Se puede incluir en esa estrategia
deconstructiva echar en cara diferencias auténticas, como pedir más de lo
que sea, al que convoca. Por ejemplo, si se está a favor de bajar los impuestos,
pues se puede pedir más financiación para ese territorio, no importa de
donde vaya a sacarse. O si se está dispuesto a
devolver algo – léanse vacunas – pues se piden, al tiempo, más. También puede incluirse la victimización,
o sea, decir que los demás territorios tienen manía al propio, aunque
ese territorio - solo es otro ejemplo - siempre se haya distinguido por haber sido construido y habitado
por personas del total de los territorios que ahora se dice que le tienen
manía, y además, pasar altivamente del resto.
El éxito de esa posición se mide en número de
telediarios que sacan los reproches, desprecios, burlas y quejas que se ha
proferido desde el grupo contragobernante – suele ser un grupo bien cohesionado,
con alta capacidad de memorizar consignas - al término de la cumbre para la gobernanza
de determinada materia. O, tras la iniciativa de cualquiera de ellos, desde sus
respectivos territorios e instituciones, contra el grupo rival, haya o no
cumbre de por medio, que tampoco nos vamos a poner exquisitos. Ya en los
territorios propios, puede recurrirse al apoyo de altos cargos institucionales - y al recurso de las
banderas y escudos correspondientes - para redondear el efecto “eco” de
la actuación, con la ventaja de tener más próximos a los medios locales.
En alguna ocasión he utilizado un símil
musical para describir la dinámica de la gobernanza mal entendida, mediante la
imagen de un piano y varios intérpretes, algunos de los cuales eran, a
rabiar, de las teclas negras y otros de las blancas, pusiese lo que pusiese la partitura. Pero ahora, hay en el escenario otros actores - o los mismos trasmutados - terceros al fin y al cabo, con martillos de derribo en
mano, decididos a cargarse al piano o al pianista si llegara el caso - y hacer una bonita pira con
las partituras.
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